Tocando
fondo: apuntes para una elegía
Por Moisés Mayán*
En mi pesquero
favorito pasta un buey. Sobre el buey hay una garza que se entretiene
rebuscando ácaros en el pelaje tostado del rumiante. Antes estaba la orilla
congestionada de guajacones y la garza se paseaba entre las piedras redondas
como cráneos utilizando su largo pico a manera de pinzas. Unos veinte metros
hacia el centro del embalse, donde los cardúmenes de clarias estremecían con
sus barbas la superficie, y alguna tenca mostraba al sol sus reflejos
plateados, ahora crece un auténtico bosque de marabú. El bar La Patana, por
primera vez desde su ubicación inicial, se encuentra ahora encallado en
terrones de lodo reseco. El club náutico, donde mis hijas pedaleaban
incesantemente en las bicicletas acuáticas, mientras los jóvenes remeros
cortaban el agua en sus kayaks, es apenas un recuerdo camuflado entre los
abrojales.
Con desgana, el cauce
del río marca el sitio donde antes estuvo el embalse, y los pescadores
deportivos se desplazaban en sus neumáticos disfrutando la picada de la tilapia
de mancha. Otros, desde la orilla, con largas varas de bambú dejaban caer la
calandraca en los nidos de las tilapias albinas, "las pombas" como
les llamamos todavía con nostalgia. A unos escasos kilómetros de la ciudad, a
la distancia de un pedaleo no demasiado fatigante, el embalse (comprendido en una
zona recreativa donde además se localizan un parque de diversiones, varios
restaurantes y el jardín botánico provincial), representaba la oportunidad de
materializar una jornada de pesca memorable.
Fue allí, en aquel
espejo de aguas quietas donde pesqué largas ensartas de biajacas, y capturé las
dos primeras amuras de mi vida. Las reiteradas sequías que se desencadenan año
tras año sobre la región oriental del país, alcanzaron en el 2015 un clímax que
disparó las alarmas, no solo de las autoridades y organismos implicados en
garantizar el abasto de agua a la población, sino también en los resortes
interiores de esos seres invisibles que son sin dudas los pescadores deportivos.
El problema de mayor gravedad no radica en la disminución abrumadora del
volumen de líquido de nuestros embalses, y en el desecamiento total de un
número no calculado de micropresas enclavadas en zonas agrícolas; el núcleo del
asunto se asienta en otra secuela no menos desafortunada.
La reducción drástica
de los niveles de agua provoca, como resulta lógico, una concentración de las
especies que habitan en los embalses, hecho que trae aparejado la captura
indiscriminada, valiéndose en la gran mayoría de las ocasiones de artes de
pesca masiva. La proliferación de atarrayeros y el calado de grandes redes en
espacios muy reducidos de agua, donde los peces quedan indefensos, se suma a un
control casi inexistente por parte de los inspectores que antaño regulaban las
actividades pesqueras ejecutadas en los embalses.
Para colmo de males,
en por lo menos tres casos (me refiero a los embalses Santa Clara, Cacoyugüín y
Mayabe, todos de la provincia Holguín) las cooperativas pesqueras aprovecharon
el caos originado por la carencia de precipitaciones para establecerse durante
varios días en los embalses empleando redes de arrastre. De más está decir, que
miles de ejemplares de tallas no comerciales fueron arrancados de sus hábitats
pereciendo en los bolsos de los chinchorros. Si sumamos a estas verdades
incontestables, la no sistematicidad en la siembra de alevines, sobre todo de
tilapias, una de las especies más codiciadas por los pescadores deportivos, la
situación se convierte en desesperada.
La pregunta en cuestión
es: ¿cuánto demora un embalse en recuperar las especies después del azote de la
sequía y de las artes de pesca masiva? ¿5 años? ¿10? ¿20? ¿Nunca? La pérdida
permanente de especies como la trucha, la biajaca las guabinas, o las carpas
(espejo y común) en muchas de nuestras reservas hídricas es una muestra
irrefutable de esta dolorosa realidad. Si hace cinco décadas mi abuelo atrapó
langostinos y joturos en el ahora pestilente arroyo donde solo navegan manchas
de petróleo y cáscaras de plátano, ¿qué pueden esperar mis nietos? Dirijo el
lente de mi cámara al buey que sigue pastando silencioso, la garza advertida
por nuestra proximidad levanta un vuelo torpe que roza las hirsutas ramas del
marabú. Fue justo en este sitio donde sentí las convulsiones del pez, donde el
sedal comenzó a tensarse, mientras una carpa
trataba de zafar el anzuelo contra las piedras del fondo, ese mismo
fondo donde el buey insiste tercamente en arrancar su bocado de pasto.
Las
fotos fueron tomadas por el autor en el embalse Mayabe en el municipio Holguín.
*Moisés Mayans es un conocido poeta holguinero, con una destacada obra publicada; avanzando asimismo como ensayista y narrador. CUBANOS DE PESCA se honra en tenerlo entre sus colaboradores, como aficionado a la pesca y analista del tema en la región oriental cubana.
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